martes, agosto 26

Amarillo frío


Supongo que si la vida tuviera banda sonora esta es la canción para esta escena.


Me llevaste de la mano a la cocina y a pesar de que en ella no había luz no me daba miedo, iba de tu mano, no necesitaba nada más. “¿Tienes hambre?” Preguntaste aun cuando ya sabias la respuesta. Me llevaste de la mano hasta guiarme en una silla y al ver que quedaba segura, te acercaste a la nevera y la abriste dándole luz a la escena, pintando la habitación con distintos tonos de amarillo. “¿Quieres un poco de queso?” Preguntaste esta vez a la expectativa. “Si” te dije con una sonrisa en los labios. Verte fuera de lugar tratando de cortar un simple queso fue demasiado divertido como para no lanzarme a ayudarte, cobijada por el amarillo frío que teníamos me acerque a ti y tú sin perder el tiempo me dejaste encargada. “¿Puedo colocar música?” Dijiste como si de verdad fuera necesario decirlo, pero bueno, la atmósfera estaba tan cargada que ninguno de los dos sabía que era necesario y que no. No te respondí mientras me concentraba en mi tarea. Te escuche buscar en tu celular y sonreír pasito sin razón alguna, o eso creía yo… De repente estabas detrás, colocando tus manos en mis caderas y moviéndolas al ritmo de la música que con cierta cadencia sonaba, mientras tu cara se iba sumergiendo en mi cabello. “Baila conmigo” Dijiste mientras con una de tus manos quitabas el cuchillo de mis manos temblorosas y con la otra me ibas girando siempre agarrado de mi cadera, como si estuvieras anclando en puerto seguro. Y mientras la canción me invitaba a sonreír, mis manos se acomodaban en tu cuerpo como si ese hubiese sido siempre su lugar. Y ahí estábamos, bailando silenciosa y suavemente por toda la cocina a la luz de una nevera. Tus ojos se estrellaron con los míos diciéndome tantas cosas que de alguna forma yo entendía. Me dirigías por todos los rincones de esa habitación que brillaba con un amarillo frío que cada vez se hacía más cálido. Me hiciste girar haciéndome sentir casi de humo pero luego volviéndome a retener en tus brazos para que de repente no me evaporara. No había nada más en ese cuarto que no fueran tus manos en mis caderas y mis ojos reflejados en los tuyos. De repente sonreíste y esa sonrisa estallo entre nosotros haciéndonos felices.

 Y ahí en ese momento, nos sentí infinitos.



No hay comentarios: